Tiene 37 años y acaba de volver a su casa en Xixón desde Smara (Sáhara Occidental). Está cansada por el viaje -cuatro días en autobús-y la tristeza es su acento. Tranquila y abatida, vuelve destrozada de un viaje que quiso ser de alegría y esperanza. Gabula Mustafá era una niña de de pocos años cuando en octubre de 1979, ante la ocupación de Marruecos de la antigua colonia española, fue desplazada hacia Argelia. En el Sáhara Occidental ocupado se quedó su padre y su familia. No los volvió a ver, no siendo en contadas fotografías, hasta la semana pasada.
La vida de Gabula ha sido como la de muchos refugiados saharauis, antiguos ciudadanos españoles -muchos conservan su DNI- que viven en condiciones precarias en la región de Tindouf, en Argelia, esperando volver algún día a su patria. Ni las resoluciones favorables de la ONU ni la presión internacional han conseguido enderezar la mala suerte de este pueblo hermano que ha tenido que echar, como ha podido, raíces en el exilio. Las raíces de Gabula son estas: desplazada a los seis años, transcurrió su infancia y su adolescencia en el campo de refugiados de Tindouf. En 1985 se fue a Cuba, gracias a un programa de cooperación internacional, y allí estudió Educación Infantil; una vez completados sus estudios, volvió a Argelia, donde permaneció nueve largos años, y de allí se vino para España.
Vive en Xixón, disfruta de la nacionalidad española, nunca se olvida de los suyos.
-Soy una hija del desierto -me dice con orgullo y tristeza a la vez.
No veía a su padre desde que tenía seis añinos. En 1999 consiguió hablar por primera vez con él y, desde entonces, han mantenido la relación alimentando, por ambas partes, el sueño de volver a encontrarse. En 2004 tuvieron una oportunidad, pero se echaron atrás. Su padre no puede salir de Marruecos sin riesgo de convertirse en un refugiado más.
-Hablamos mucho por teléfono, pero no pienses que es fácil. A veces se puede y a veces no -me dice Gabula.
La zona ocupada militarmente del Sáhara Occidental por Marruecos es una zona dura, con una presencia militar continua, y donde todos los ciudadanos -sobre todo los saharauis que allí se quedaron- son sospechosos. En Smara, una ciudad pequeña de no más de 50.000 habitantes, se produjeron en 2005 manifestaciones a favor de la independencia duramente repremidas.
Finalmente la prevención de Gabula cedió a la gran ilusión de encontrarse con su padre. Amparada por su pasaporte español, ella y su hijo de seis años salieron hace dos semanas de Xixón en autobús rumbo a Algeciras. De allí, en barco, pasaron a Tánger y desde esta ciudad recorrieron medio mundo hasta llegar a Smara. Cuatro días de viaje alimentados por la ilusión.
La vida no es un cuento que acabe bien. La tragedia social se enlaza en la cotidiana como la mala hiedra al tronco de un árbol débil. Gabula y su hijo llegaron a Smara, agotados, a las cuatro de la mañana. Su padre, que se reencontraba con su hija y conocía a su nieto, se abrazó a ellos llorando. Llegaban en mala hora: un hermano de Gabula, a quien no conocía, acababa de morir.
Quisiera contarles esta historia de otra manera. Busco en ella indicios de esperanza, relumbres que iluminen este abril tan lluvioso; pero la vida en Smara no es fácil y la dureza extrema de aquella tierra tan hermosa me conmueve.
Gabula vuelve sobrecogida. «Salí de aquí llorando: he vuelto desecha en llanto», me dice. Y añade:
-Si Dios quiere volveré a Smara.
Pasea por Xixón y no da crédito de la abundancia que se desborda por las calles.
-Miro muchas veces la basura. La gente tira medicamentos, ropa, cosas necesarias. ¿Es que no saben que hay personas necesitadas? -pregunta.
Fuente: elcomercio.es
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