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lunes, 30 de enero de 2012

El mexicano que causó un conflicto diplomático


Antonio Velásquez relata por qué los gobiernos de España y México le pidieron salir de un campamento saharaui destruido por Marruecos. El conflicto diplomático tenía una razón: grabó el ataque junto con la española Isabel Terraza.

Antonio Velásquez nació en Culiacán, Sinaloa, hace 29 años. Vivió cerca de Guadalajara toda su vida. Hace seis años decidió irse a Barcelona para estudiar Artes Plásticas. Una casualidad lo llevó a los territorios ocupados por el Reino de Marruecos en la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) en África, y después, junto con su amiga catalana Isabel Terrazas, a casi causar un conflicto internacional entre Marruecos y España.

En 2007 viajó de vacaciones a Marraquech. Decidió cruzar Marruecos pidiendo aventón. Su idea era llegar hasta Senegal. En el recorrido ingresó a la zona ocupada en el Sahara Occidental. Se sorprendió al ver militares en las carreteras. “Cuando me detenían, decía que era artista y que iba a Senegal, por eso pasé todos los retenes sin problemas”, dice Velásquez.

En uno de esos viajes lo recogieron unos jóvenes saharauis con acento cubano y lo llevaron cerca de la ocupada ciudad de Dajla. “En el camino hicimos muy buena relación. Al anochecer me preguntaron dónde me quedaría a dormir y les dije que en donde fuera porque traía mi tienda de campaña. Me invitaron a su jaima —tienda de campaña con cuatro puertas orientadas a los puntos cardinales— cerca de la costa y en medio del desierto. Acepté porque no conocía a nadie. Ellos hablaban bien el español. Cuando empezamos a platicar contaron historias sobre cómo los soldados marroquíes habían violado a una tía, torturado a un hermano y así con diferentes personas que conocían”.

Poco después de iniciada la conversación llegaron las madres, los tíos y los hermanos de los saharauis que recogieron a Antonio. Contaron más historias sobre cómo los marroquíes suelen tratarlos. Antonio escuchó tantos testimonios que decidió estar dos semanas más y comprobar así que Marruecos estaba ocupando un territorio ilegalmente.

Quince días después continuó con su viaje hacia Mauritania. Ahí conoció a otros saharauis que le relataron las mismas historias de guerra que había escuchado antes. Su paso por Senegal fue rápido. Estaba deseoso de volver a los territorios ocupados de la RASD. “Me encariñé mucho con los saharauis. Me impresionó que el mundo no supiera lo que está pasando con ellos”.

A partir de esta primera experiencia, Antonio volvió muchas veces a los territorios ocupados o a los campamentos de refugiados en Tinduf, Argelia, primero como observador internacional y más adelante como activista de la causa saharaui. Su trabajo ha sido tan reconocido por la RASD que hasta el momento es el único connacional en la historia de la relaciones entre México y ese país que también tiene la nacionalidad saharaui.

–¿Cómo te volviste observador internacional?

–Cuando regresé a Barcelona junté un grupo de artistas que hacían música, teatro y danza. Lo hice con la intención de ir a los campamentos de refugiados en Tinduf, porque queríamos dar una serie de talleres artísticos en el lugar. Decidí involucrarme con la causa saharaui desde el tema cultural. Soy de los que piensa que para dar a conocer a un pueblo ante el mundo tenemos que mirar hacia sus raíces y tradiciones.

Antonio aprovechó para conocer a la población que vive exiliada en Tinduf desde hace más de tres décadas. Sin embargo, como todos los días ocurrían nuevos hechos violentos en la zona ocupada y había un bloqueo informativo impuesto por Marruecos, se comprometió con un activista saharaui, Hmad Hammad, a viajar a El Aaiún, capital del Sahara Occidental ocupada por Marruecos, con una cámara de video para entrevistar a diferentes activistas de derechos humanos que han sufrido todo tipo de vejaciones, menciona.

Entre agosto y septiembre de 2010 emprendió el camino. Esta vez no iba sólo. Lo acompañó Isabel Terrazas, una compañera catalana que quería conocer la zona. Una vez que estuvieron ahí, de manera clandestina comenzaron a entrevistarse con distintos activistas saharauis. Empezaron a notar que estaban siendo perseguidos por la policía. “Pero ni los policías ni nosotros pasábamos la barrera de agredirnos, porque somos extranjeros”, dice Antonio.

Días más tarde decidieron ir a Bojador, ciudad al sur de la zona ocupada, para hacer el mismo trabajo que en El Aaiún. Ahí entrevistaron a Sultana Khaya, otra activista saharaui. “Al ser recibidos en su casa nos enteramos de que requerían de observadores internacionales para atestiguar las graves violaciones de derechos humanos. Cuando un extranjero llega a la zona ocupada, suele ser recibido de una manera increíble, porque no mucha gente se atreve a ir a ese territorio en conflicto”, dice Antonio.

“Al salir del lugar fuimos amenazados de tortura y desaparición. Los policías marroquíes nos gritaban que nos iban a torturar, que iban a violar a Isabel. Sentimos que podía pasar. Estaban siguiéndonos. Había policías vestidos con uniforme y de civil. Decidimos volver a casa de Sultana Khaya y hacer un video diciendo que estábamos amenazados de tortura y violación”, relata.

—¿Cómo salieron del lugar?

—Al día siguiente nos fuimos a Dajla, ciudad que se encuentra más al sur de los territorios ocupados. Fue muy difícil ingresar porque en el retén la policía ya sabía que nos habíamos entrevistado con distintos activistas. Dajla se encuentra en una bahía, por lo que sólo hay una entrada y una salida. Si ellos (la policía) deciden que no entras, no entras. Afortunadamente los convencimos de que eramos artistas, y como la cámara de video la escondimos en un camión en el que viajábamos de aventón, nos dejaron pasar.

—¿Qué hicieron ahí?

—Nos entrevistamos con otros activistas de derechos humanos y grabamos imágenes del expolio de recursos naturales como el agua y la pesca. Las bolsas de agua más grandes del norte de África se encuentran en el Sahara Occidental. Al hacer este trabajo nos detuvieron, nos subieron a un coche para llevarnos hasta Agadir, en Marruecos, y de ahí trasladarnos en avión a España. Al negarnos y decirles que regresaríamos por nuestra cuenta a El Aaiún porque estábamos en un territorio en proceso de descolonización por parte de España —que es la potencia administradora—, en el cual ellos no son soberanos, nos dejaron ir, pero desde ese momento empezaron a vigilarnos todo el tiempo.

Al regresar a El Aaiún, Antonio se enteró de que días más tarde llegarían más activistas saharauis que venían de dar una conferencia en una universidad de Argel, capital de Argelia. “La práctica adoptada por la policía marroquí cada vez que un grupo de saharauis regresa a El Aaiún después de estar en otro país, es la de detenerlos y golpearlos”.

Entre los activistas se encontraban Sultana Khaya y Hmad Hammad. Antonio e Isabel fueron a la casa donde serían recibidos. La policía ya los esperaba. “Nuestra función, como extranjeros, era la de ser escudos humanos, porque en los territorios ocupados nunca se había golpeado a extranjeros. Cuando llegó la camioneta que transportaba a los defensores de derechos humanos y éstos empezaron a bajarse de ella, fueron golpeados bruscamente con porras (toletes) de más de 75 centímetros de largo”, recuerda Antonio.

—¿Qué hicieron ustedes?

—Yo salí de la casa para intentar protegerlos. Me golpearon en la cara y el brazo fuertemente. Empecé a sangrar. Fui metiendo como pude a los activistas en la casa. Hmad Hammad estaba tirado en el piso, lo estaban golpeando en la espalda, lo querían dejar paralítico porque sabían que lo acababan de operar. A pesar de que es una persona muy grande, lo cubrí con mi cuerpo para levantarlo y meterlo a la casa. Ahí me pegaron muy fuerte. Los golpes que le iban a dar a él, los recibí yo.

“Esa fue la primera vez que la policía marroquí golpea a un extranjero en los territorios ocupados”, cuenta. “Pasé de ser un observador internacional a un activista de los derechos humanos a favor de los saharauis. Mi intención era seguir siendo observador, pero en el momento en que ves cómo golpean a personas pacíficas con las que había convivido, entendí que estaba dispuesto a dar un paso más, sin pensar en las consecuencias”, dice.

Un video en el que Antonio aparece con la bandera saharaui y con un pañuelo sujetando su brazo izquierdo golpeado, grabado para la televisión de la RASD (http://youtu.be/gSy5nQs2ITo) y donde explica lo que está sucediendo en los territorios ocupados, fue el siguiente paso que dio este espigado sinaloense que apenas cumplió 30 años el 26 de enero, y que causó un enojo mayúsculo en Marruecos.

—¿Por qué te interesa pelear por los saharauis?

—No es la lucha por un territorio en medio del desierto, ni por la riqueza de los recursos naturales: es para evitar que un pueblo sea exterminado. El pueblo saharaui tiene cultura propia, lengua, costumbres y tradiciones que Marruecos quiere eliminar. Estamos a tiempo de preservar la presencia de un pueblo que tiene mucho que enseñarnos, que tiene derecho a la vida. El pueblo saharaui es muy pequeño en número de población, pero inmenso en valores humanos. Las riquezas de sus tierras están siendo expoliadas ilegalmente por Marruecos.

Ahmed Mulay, el embajador de la RASD en México, dice que el territorio saharaui tiene una extensión de 288 mil kilómetros, rico en bancos pesqueros, fosfato, petróleo, bolsas de agua, hierro, indicios de uranio, entre otros recursos. En los territorios ocupados viven 200 mil saharauis, mientras que en los campamentos de refugiados el número aumenta a 220 mil.

Sentado en la sala de la Embajada, ubicada en la colonia Polanco de la Ciudad de México, recuerda una anécdota sobre el descubrimiento del fosfato. “En 1973 o 1974, cuando se empezó a hablar de la riqueza del fosfato, un hombre llamado Matha fue a ver al gobernador del Sahara Occidental para decirle: ‘Oiga, general, le vengo a dar un consejo: tapen esos hoyos que están haciendo en el desierto y déjennos poner nuestras jaimas, porque presiento que va a traernos problemas”. Ahmed piensa que tenía razón.

En la entrevista que concede a M Semanal, Velásquez se muestra emocionado por contar por primera vez en México, con detalles, esta historia.

EL CAMPAMENTO DE GDEIM IZIK

Antonio e Isabel salieron de El Aaiún los primeros días de septiembre. Volvieron a Barcelona y organizaron el colectivo Resistencia Saharaui (RS), en el que además de ellos participan el mexicano Airy Mejía y la catalana Irina Montané. En la actualidad esta red ya está muy bien posicionada entre los saharauis.

Airy Mejía dice que RS surgió a finales de septiembre del 2010 en Barcelona. “La propuesta busca realizar acciones directas no violentas por la defensa de los derechos humanos y la descolonización del Sahara Occidental”.

—¿Qué significado tiene en tu vida?

—Es un proyecto personal, profesional, pero sobre todo un trabajo donde nos comprometemos con la lucha por la vida y la descolonización. Por otro lado, me ha enseñado que es posible priorizar la vida sobre la política. RS me enseñó uno de los caminos para construir la descolonización y aportar en la lucha para derrocar las dictaduras en el mundo árabe.

Cuando estaban en Barcelona, los cuatro amigos se enteraron de que el 10 de octubre de 2010 los saharauis instalaron un campamento pacífico para protestar contra la ocupación marroquí, a 15 kilómetros de El Aaiún. “En una reunión decidimos que teníamos que estar ahí. Isabel y yo pedimos apoyo a la Fundación Sahara Occidental para ir al juicio de tres presos políticos saharauis en la ciudad de Casablanca, y de esa manera ingresar de nuevo al territorio marroquí”, recuerda Antonio.

En el aeropuerto de Casablanca Antonio e Isabel hicieron un plantón ante la negativa de dejarlos pasar. “Al ver mi pasaporte me dijeron que había causado problemas en El Aaiún, por lo que no podía entrar”, recuerda Antonio. Su respuesta fue que tenían un boleto de regreso a Barcelona al día siguiente y que, de no ingresar, tampoco lo harían los abogados que defenderían a los tres presos políticos saharauis.

Una vez en territorio marroquí, esperaron hasta la noche para recorrer los mil 300 kilómetros que hay entre Casablanca y El Aaiún. Acompañados por el activista saharaui Brahim Sabbar, burlaron los retenes militares y llegaron a la capital del Sahara Occidental. Vestidos con melfa y darraá (ropa saharaui tradicional para mujer y hombre), en una camioneta Land Rover entraron al campamento de Gdeim Izik de forma clandestina.

“Estuvimos ahí haciendo una labor de difusión, de documentación de la manifestación pacífica más grande en la historia de la RASD. Nosotros sabíamos que no estaba saliendo en los medios de comunicación. Queríamos aportar un granito de arena a esa causa”, dice Antonio.

“Para evitar que entrara más gente al campamento, Marruecos construyó un muro de arena y piedras vigilado por policías, y dejó una sola entrada y salida, lo que obligó a la gente a pasar frente a ellos; esto provocó, entre otras cosas, el asesinato de un niño cuando desde un helicóptero le dispararon al ver que su familia intentaba evitar entrar al campamento por el retén militar”.

Este hecho logró atraer el interés de los medios internacionales, en especial de los españoles. En ese momento Antonio era el encargado del Comité de Prensa Internacional. Su responsabilidad era que los medios ingresaran a Gdeim Izik de manera clandestina, ya fuera entre las miles de piezas de pan o las pipas de agua.

“De esa manera entraron Ignacio Cembrero, reportero de El País, y Erena Calvo, de El Mundo. Ellos durmieron en mi jaima la única noche que se quedaron. La gente de CNN Plus también ingresó. Nuestra función, una vez que estaban adentro, era enseñarles lo que ahí se hacía”, cuenta Velásquez.

La reportera Calvo comenta que entró con Cembrero: “Me vestí con una melfa saharaui y me metieron en un camión, en la parte trasera, con una mujer saharaui. Pudimos burlar el control. Dormí en la jaima de Velázquez. Cembrero entró en otro coche minutos después. Esa noche estuvimos reunidos con responsables del comité negociador con autoridades marroquíes”.

Antonio recuerda que por las noches los marroquís simulaba atacar el campamento: “Prendían las sirenas de las patrullas, sobrevolban en sus helicópteros. Una de sus aeronaves no se escuchaba; la empleaban para iluminar las distintas zonas del lugar. Las condiciones de vida eran complicadas. Teníamos poca agua y comida. Sin embargo, era la primera ocasión que en un campamento de protesta pacífica se reunían tantos saharauis”.

Ahmed Mulay cuenta que en Gdeim Izik hubo más 20 mil personas y más de siete mil jaimas. “Manifestarse de forma pacífica en campamentos, como ahora se ha hecho en España, por ejemplo, es una tradición que proviene del Sahara. Ejemplo de ello es que el 17 de junio de 1970, España también destruyó un campamento pacífico saharaui que buscaba la autonomía de su pueblo”.

Poco después de las seis de la mañana del ocho de noviembre de 2010 comenzó el desalojo. “Estábamos durmiendo; yo sólo escuché: ‘Abdalahe Salek, (nombre con el que los saharauis lo bautizaron), ya están aquí’. Uno de los helicópteros volaba bajo, las sirenas estaban prendidas, la gente gritaba, corría de un lado a otro, los hombres salían de sus jaimas, las mujeres se quedaban adentro; había caos, sólo se veían las sirenas, las luces del helicóptero y los camiones del Ejército”, recuerda Antonio.

“Cuando empezó a aclararse el cielo nos dimos cuenta de lo que pasaba. Nos estaban atacando con gases lacrimógenos, con chorros de agua caliente. Se escuchaban disparos. La reacción de los jóvenes saharauis fue hacer una valla de protección para la gente. Las piedras que sostenían las jaimas era su única defensa”, señala Antonio.

Minutos después de que Marrueco destruyó el lugar, Antonio e Isabel se subieron a una camioneta y se fueron a El Aaiún. En el camino pudieron grabar lo que pasaba. “En la ciudad también había problemas, estaba envuelta en llamas. La otra parte de la población saharaui que no vivía en el campamento se enteró de lo sucedido y comenzó a protestar: quemó edificios y puso banderas de su país por todos lados, algo completamente prohibido por el Reino de Marruecos”, recuerda exaltado.

La Policía y el Ejército marroquí regresaron a El Aaiún. Empezaron a reprimir a los manifestantes. Las balas se escuchaban por todos lados. Antonio e Isabel se escondieron en una casa, estuvieron unos minutos y se fueron porque la dueña del lugar les dijo que si los descubrían la iban a matar. Sucedió lo mismo en dos más.

La tercera casa era de un ex preso político saharaui. Los soldados intentaron entrar por la terraza y rompieron las ventanas. No se llevaron a nadie porque sólo vieron niños y una bebé en brazos. “El dueño del sitio nos había dado cuchillos para defendernos. Afortunadamente los soldados no nos vieron. Ahí entendimos que no podíamos estar en ninguna casa de saharauis y filmamos el video (http://www.youtube.com/watch?v=Rc2Sb4_jIf8&feature=youtube_gdata_player)”, dice.

Después de un rato de buscar un escondite, les dijeron que podían estar en una casa abandonada, pero que se encontraba en medio de otras dos donde vivían marroquíes, por lo que no podían prender la luz, hacer ruidos o abrir las llaves de agua. Aceptaron enseguida.

El informe que Amnistía Internacional (AI) de finales de 2010 revela que, según las autoridades marroquíes, “el campamento se había establecido sin autorización y era ilegal, por lo que se vieron obligadas a actuar para desmantelarlo. Según la información de que disponían, algunas de las personas estaban ahí contra su voluntad. Actuaron para impedir actos de violencia planeados por los saharauis, que habían introducido armas, como cuchillos, machetes y cócteles molotov, en el campamento”.

El informe, del cual M Semanal posee una copia, revela que durante el desmantelamiento del campamento y después de los incidentes violentos de El Aaiún, las fuerzas de seguridad detuvieron a unos 200 saharauis el ocho de noviembre y en los días posteriores. En diciembre se practicaron más detenciones. Aunque decenas de detenidos fueron puestos en libertad sin cargos, hoy hay más de 130 procesados en relación con los sucesos de ese día. En contraste, no se sabe de la detención de ningún residente marroquí por los ataques contra saharauis y sus viviendas ocurridos ese mismo día; tampoco se sabe de ninguna investigación abierta sobre las denuncias de torturas y otros malos tratos a manos de las fuerzas de seguridad.

El documento también rescata la declaración del ministro del Interior marroquí, Taïeb Charkaoui, quien dijo públicamente que el ocho de noviembre las fuerzas de seguridad “no habían efectuado ni un solo disparo”; esto contradice la información obtenida por AI. La organización investigó varios casos de hombres y mujeres saharauis heridos por balas de goma disparadas por miembros de las fuerzas de seguridad marroquíes en el campamento de protesta y otros heridos por munición real en El Aaiún.

En medio de la violencia que había en las calles de El Aaiún, Antonio e Isabel se refugiaron en la casa vacía que les habían prestado. Desde ahí empezaron a contactar a los medios de comunicación para difundir lo que pasaba. “Hablamos hasta 14 horas diarias en voz baja. Buscábamos a todo tipo de medios, y afortunadamente logramos dar a conocer el tema. El toque de queda empezaba a las 10 de la noche. Sólo se escuchaba el ruido de las llantas de los camiones militares por la ciudad”, explica Antonio.

“La noche del 11 al 12 de noviembre fue la más difícil para nosotros. Escuchamos cómo frente a nuestra casa se detenía un coche y que empezaban a golpear la puerta de metal de la casa que estaba frente a la nuestra. Se oían los gritos de los niños. Escuchamos como sacaron a un hombre de la casa. Se oía como lo torturaban: golpe tras golpe, escupidas, gritos”.

“La respiración del hombre empezó a acelerarse, cada vez más fuerte, hasta el momento en que lo dejamos de escuchar. Nos preguntamos qué había pasado; no sabemos si lo mataron, si se lo llevaron. Minutos después llegó una ambulancia; al abrir la puerta trasera se iluminó una parte de la calle, me asomé por una ventana y vi al menos 12 cadáveres envueltos en sábanas blancas. Se me nubló la vista”, dice.

Los días posteriores comieron poco y durmieron menos. Casi no se bañaron, estaban asustados. Sólo dos veces les llevaron comida: arroz, lentejas y bollos. Cuando empezaron a buscar estrategias para salir del lugar, Trinidad Jiménez, ministra de Relaciones Exteriores de España, les llamó directamente a su teléfono celular. “Nos exigió que saliéramos de ahí porque estábamos ocasionando un problema diplomático entre Marruecos y España, nos responsabilizó del conflicto”, dice.

“Después me llamó una persona que trabajaba en la Embajada de México en Rabat. No recuerdo su nombre. Me exigió que también saliera del lugar. Me culpó de lo que me estaba pasando, porque unos meses antes me habían golpeado y sin embargo había regresado, sabiendo lo que podía pasar. Les dije que tenían razón, pero que era su obligación enviarnos un coche diplomático para poder salir de ahí. No lo hicieron”.

Otra persona del Ministerio de Relaciones Exteriores de España les habló para decirles que habían negociado con Marruecos su salida. Antonio e Isabel tenían que tomar un barco. Pero, según relata Antonio, no había garantías para su seguridad. Se negaron a salir de la casa. Esperaron hasta el 17 de noviembre para saber cómo se pronunciaría ese día en su reunión el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). “Aprovechamos, también, que el 17 de noviembre se celebra el Día del Cordero en las culturas islámicas, una fiesta de oración y de reflexión en la que está prohibido matar gente”.

Al salir de la reunión del Consejo de Seguridad que se desarrollaba en Nueva York, Mark Lyall Grant, embajador británico en la ONU, dijo a los medios de comunicación que se encontraban ahí: “Los miembros del Consejo deploran la violencia en El Aaiún y en el campamento de Gdeim Izik, y expresan sus condolencias por las muertes y los heridos que se produjeron”.

Antonio e Isabel finalmente salieron de la casa en un taxi en el que un amigo los fue a recoger. Llegaron al aeropuerto de El Aaiún. Los estaban esperando los militares. Los boletos los compró el Ministerio de Exterior de España y el gobierno de Cataluña. “Yo no tenía pasaporte, se había quedado en Gdeim Izik. La única ventaja que teníamos era que el Reino de Marruecos y el gobierno español querían que nos fuéramos”, cuenta Antonio.

Cuando llegaron al área de chequeo, Velásquez fue desnudado y revisado. “Me tocaron mis partes para saber si traía algo escondido. No me encontraron nada. Después me llevaron a un cuarto, donde me empezaron a cuestionar sobre diferentes temas. Querían saber cómo había conocido a tantos activistas, cuál era mi relación con ellos. Querían que identificara a personas y que firmara un documento donde decía que había matado a alguien. Decían que mi pasaporte y documentos los habían encontrado al lado de un oficial marroquí que había muerto en la destrucción de Gdeim Izik”.

Hora y media después dejaron libres a Antonio e Isabel. Subieron al avión y regresaron a Barcelona. La voz de Antonio aún se quiebra cuando recuerda lo que pasó. Pero ahora, de visita en México, está más que orgulloso de lo que hizo y piensa que lo volvería a hacer, sin importar las consecuencias.

Emilio Balerini Casal, M Semanal

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