Españoles: el Sáhara occidental no ha muerto. Este verano he acogido a una niña saharaui, y la experiencia, además de ser recomendable y muy gratificante, me ha hecho reflexionar sobre el pasado reciente de nuestro país. Franco agoniza y se decide abandonar a los saharauis a su suerte. Nos vamos con el rabo entre las piernas –de facto, pero no de iure–, es decir, no estampamos una firma conforme nos vamos y cedemos la soberanía a alguien. Marruecos, con la connivencia del coloso de EE UU, inicia la Marcha Verde invadiendo lo que fue nuestra provincia número 53.
No interesaba enemistarse con Hassan II; en cambio, hubo licencias de explotación pesquera y otras de lo más interesantes. Y así están, sin ser un Estado, porque a nadie interesa un territorio que solo posee fosfatos usados en la fabricación de fertilizantes, y un litoral extenso. Lo demás, arena y piedras y personas. Personas que viven de la caridad internacional desde hace 30 años. Dentro de 30 más, otras desgracias internacionales estarán de moda y coparán la acción humanitaria, y del Sáhara occidental nunca más se hablará.
Señores políticos, difícil es capear el temporal presente y entrar en las más óptimas condiciones en el futuro. Pero ¿quién zanja nuestras vergüenzas nacionales? Como ciudadana exijo coraje y ecuanimidad a nuestros dirigentes para coadyuvar a que cambie la situación allí. Sea lo que sea, esto no se puede alargar eternamente.
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