En esta semana se han celebrado en Alemania diversos actos que recuerdan el sufrimiento que ese país padeció como consecuencia de un muro, impuesto por una potencia extranjera, que dividió al pueblo alemán y lo condenó a sufrir una separación inhumana e injusta. El tristemente famoso muro de Berlín cayó en 1989, sin embargo, lejos de pensar que con ello se acabó la práctica de construir barreras para separar a sus habitantes, apoyándose en métodos de terror estatal (caso soviético durante la ocupación de la RDA), “el muro de Berlín” persiste hoy en día, concretamente en el Sáhara donde Marruecos con similar terror a aquel ha construido su peculiar “telón de arena”.
Referirse al “muro de Berlín” implica referirse también a otros muros que existen todavía, y de entre los que ocupa el lugar más destacado el muro del Sáhara.
En estos días, ha sido error común de los medios de comunicación referirse a otros muros bajo el mismo sello de “inhumano” o “vergonzoso” cuando no debería ser así ya que son muchas las diferencias que presentan unos y otros, así como el contexto en el que se construyeron. Después de repasar todos los que actualmente han recibido el calificativo de “muro” en paralelismo al de Berlín, sostengo que ninguno de ellos lo merecía y, sin embargo, el único que cumplía con el paralelismo en su totalidad, el del Sáhara, no ha sido mencionado por los medios. Un ¿olvido o error? En cualquier caso, inaceptable. Veamos las diferencias entre muros y muros y porqué.
Cuando nos referimos a una frontera reglamentada entre dos Estados, reconocida por la comunidad internacional, que es permeable en ambos sentidos cuando se presenta una documentación en regla (pasaporte, visado, billetes de ida y vuelta, etc.) no podemos hablar de “muro” en el sentido de “muro de Berlín”. Un ejemplo de esto que digo es la frontera entre Estados Unidos y México, a la que algunos atrevidos han calificado de “muro”. Esa frontera es permeable en ambos sentidos. El mero de hecho de que las autoridades estadounidenses refuercen la vigilancia y construyan alambradas electrificadas, debidamente señalizadas, para hacerla infranqueable, no tiene nada que ver con el término “muro” al que nos referimos en este artículo. Ni EE. UU. ha ocupado ilegalmente México ni su objetivo es condenar a una población al aislamiento. Hay otros derechos legítimos que se defienden con el refuerzo de esa frontera (seguridad, economía, etc.) y que no se pueden dejar desprotegidos y al arbitrio de todos los que quieran “colarse” sin cumplir la legalidad.
Otra barbaridad que he leído en estos días es llamar “muro” a las fronteras de Ceuta y Melilla con Marruecos. En este caso, insisto, se trata de una frontera política, reconocida por ambos Estados y el resto de la comunidad internacional desde hace siglos. A este respecto, y aunque Marruecos reclame para sí la soberanía de esos enclaves, lo cierto es que cuando ha querido y quiere, cierra sus puertas en esa misma frontera, reconociendo implícitamente que existe aunque no le guste. Por tanto, en este caso tampoco podemos hablar de “muro” en el sentido de “muro de Berlín”.
Otro ejemplo que viene a colación es el muro que ha levantado Arabia Saudí para controlar los movimientos de posibles terroristas en su frontera con Yemen y que ha dificultado el libre movimiento de tribus nómadas de la zona, o la frontera entre las dos Coreas en el paralelo 38 y último vestigio de la guerra fría en Asia. En estos casos, vuelvo a recalcar que se trata de fronteras ya establecidas entre dos estados pero que por el contexto que viven deciden reforzar para hacerlas inexpugnables o controlarlas integralmente. Por mucho que nos duela que un norcoreano no pueda salir de su país, es su propio gobierno el que ha tomado esa decisión, y por mucho que nos duela que unas tribus nómadas no se muevan a sus anchas sino que ahora deben molestarse en presentar documentación, estos casos tampoco podemos denominarlos “muros” en el sentido de “muro de Berlín”.
Hay otros ejemplos que más que muros hubo que llamarlos “verjas” como fue el de Gibraltar, que solo perseguía fastidiar al Reino Unido por una puntillosa cuestión de pundonor a la española, consiguiendo poner a sus habitantes más en contra de España de lo que ya lo estaban. Otra verja famosa que afortunadamente no existe en sentido estricto, aunque quedan restos, es la que divide Nicosia en Chipre.
Mención aparte merece la construcción que Israel ha levantado en Cisjordania y que también está sometida a la controversia de la denominación. Después de recabar información en fuentes que considero suficientemente objetivas sostengo que tampoco a esta división se la debe llamar “muro”, aunque éste sea el término que más utilizan algunas ONG’s y otros detractores de su existencia, en contraposición a los partidarios de las tesis israelíes que prefieren llamarlo “barrera de seguridad”.
En este caso sostengo que no es un “muro” por varias razones, principalmente porque el objetivo de su construcción no es el aislamiento de la población o impedir que las familias puedan reunirse, sino el control exhaustivo del que lo cruza y evitar la entrada de sospechoso de terrorismo. De hecho existen cuarenta y cinco puertas a través de las que se puede cruzar diariamente, el contorno en toda su extensión es una barrera física visible y con las suficientes indicaciones y advertencias de peligro, y no tiene minas a su alrededor que puedan explotar indiscriminadamente (como sí ocurría en Berlín). Aunque entiendo los motivos de Israel para hacer esta obra y la acepto como sistema de defensa, no comparto ni su trazado ni sus condiciones, y en este sentido me remito a la sentencia no vinculante que emitió en 2004 la Corte Internacional de Justicia que lo declaró ilegal.
A diferencia de todos los ejemplos citados, y aunque algunos de ellos nos parezcan terribles e inhumanos, insisto en que no deberían ser llamados “muros” en el sentido de “muro de Berlín”. Entonces, ¿queda algún muro en el mundo que pueda ser considerado la reencarnación de aquél? En efecto, el que levantó Marruecos en el Sáhara.
Hassan II decidió levantarlo con varios objetivos. En primer lugar, defenderse del Frente Polisario que suplía sus carencias materiales con gran ingenio en una táctica de guerrillas que impedía al ejército marroquí ganar la guerra. Con la ayuda de EE.UU., Francia y España, Marruecos consiguió además su segundo objetivo, condenar a los saharauis al aislamiento y a la separación de sus familias por los siglos de los siglos y para ello lo sembró de minas, que matan indiscriminadamente a todo el que pasa, sean seres humanos o animales. El Estado marroquí invasor y ocupante ilegal de una tierra que no le pertenece y que ningún país del mundo ha reconocido se regodea año tras año de la inhumana brecha de 2.700 km de largo que ha levantado en tierra saharaui. Marruecos no permite cruzar este colosal muro y al que lo intenta se le mata sin contemplaciones.
Mucho han hablado los medios del “muro de Berlín” y nada del que tenemos en el Sáhara. El silencio es tan escandaloso que no hay disculpa posible. Sin embargo, el lector de este artículo sí que puede hacer algo al respecto. Cada vez que oiga hablar del “muro de Berlín” acuérdese de referirse al del Sáhara. Como ya ha quedado aquí dicho, este sí que es “la madre de todos los muros”.
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